domingo, 14 de diciembre de 2014

Capitulo 3: Salir de compras.

La semana pasó de forma bastante extraña, habían ido los gemelos a ponerle unas cámaras por si volvía Richard con ganas de echar la puerta abajo e ir al salir del trabajo a ver a los chicos se había convertido en una de sus actividades preferidas, era muy interesante verlos trabajar. Cuando se había presentado otra de las clientas (Demasiado alta, demasiado delgada y demasiado lagarta) se había sorprendido al darse cuenta de que los cambios que ellos ofrecían siempre conseguían su objetivo.

Lo primero fue quitarle las gafas, la verdad es que la idea de tener que meterse un dedo en el ojo todas las mañanas para colocarse unas barreras de plástico contra un lugar tan sensible como era su ojo no le hacía demasiada gracia, pero al cabo de cuatro o cinco días en los que apenas podía ver por las lágrimas que le provocaba el estar acostumbrándose a ellas resultó que era bastante práctico. Ahora no tenía que limpiar los cristales cada dos por tres, ni se le empañaban cuando había un cambio de temperatura, ni se le resbalaban por la nariz y tenía que subirlas todo el tiempo y además veía todo bastante claro sin el marco que siempre había envuelto las cosas a su alrededor. Era asombroso el cambio que daban algunas personas cuando una se arreglaba un poco, había ido sin sus gafas a trabajar y el chico que hacía las fotocopias no solo había hecho sus copias primero, cuando normalmente debía esperar hasta que todos las tuvieran, sino que además le había llevado un té y había tartamudeado (¡Había tartamudeado!) Jamás nadie lo había hecho por ella.

El lunes se levantaría la veda para hablar con Richard de nuevo y el viernes estaba sentada como siempre en uno de los cómodos sofás del lugar. Cuando se pasa tiempo con las personas se descubren muchas cosas de ellas, por ejemplo que Marcus era un gran jugador de ajedrez, podía pasarse horas con una partida, además tenía un juego con figuritas de la guerra de las galaxias y siempre me dejaba coger el imperio; Los gemelos adoraban gastar bromas, el día que William había escupido el café y había enseñado su lengua azul había reído tanto que llegó con dolor de estómago a casa; William adoraba la literatura antigua, se sabía casi todas las obras de Shakespeare, pero también leía literatura romántica. Decía que era la mejor forma de entrar en la cabeza de una mujer y la verdad es que en cierta manera tenía razón.

Marcus todavía ejercía de abogado en algunos casos cuando le apetecía así que de vez en cuando desaparecía y los gemelos… bueno, los gemelos la mayoría de las veces estaban o infiltrados o por ahí de fiesta, jugando, tenían su propio mundo interno y era muy difícil llegar a él. En resumidas cuentas se encontraba a solas con William que estaba ordenando algunos archivadores y la miraba de vez en cuando mientras ella leía una de las novelas que él tenía por todo el lugar y tomaba uno de esos magníficos cafés.

- Te gusta nuestra cafetera ¿verdad?- preguntó mientras dejaba el último en su lugar.

- Es el cielo… el café de nuestra oficina creo que despierta más por su asqueroso sabor que por la cafeína- respondió mientras reía y alzaba la vista hacia él- ¿ya terminaste?- cerró la novela dejando una marca para seguir otro día.

- Sí, ven, vamos a hacer algo que llevamos posponiendo demasiado tiempo- comentó mientras le hacía un gesto y se dirigían hacia la puerta.

Había aprendido que era mejor no preguntar nada, simplemente hacer, muchas cosas al principio no tenían mucho sentido pero después cobraban significado con el tiempo. Así que se levantó y caminó detrás de él hasta el aparcamiento subterráneo donde descansaban todos sus coches. Mentiría si dijera que no había babeado cuando vio todos allí metidos. El de Marcus era un Arash AF 10, era una marca poco conocida pero sus coches significaban lujo, potencia y rapidez, de un color negro inmaculado. El de Carlos era un Ferrari 458 Challange… solo una de las ruedas de ese monstruo rojo y negro valía más que todos sus gastos de medio año, incluyendo facturas, comida, ropa y el alquiler del piso. Antonio poseía un Zeus Twelve Magnate blanco, aunque era un coche grande y podría considerarse, dentro de los coches de lujo, un auto familiar poseía tanta potencia que podría dejar tirados a la inmensa mayoría de los utilitarios normales, además era seguro y el único que podían utilizar todos cuando salían en grupo hacia algún lugar, tenía asientos traseros, que ya era algo raro en esas gamas, amplios y cómodos… con calentadores y masajeador, se había encargado de probarlo.

Por último estaba el de William, la joya de la corona, un Marussia Luxuri b2, traído directamente desde Rusia, negro mate… todo dentro de ella se derretía al ver ese coche, por algo trabajaba donde lo hacía, adoraba tocar y poder estar en aquellas máquinas que normalmente estaban fuera de su alcance. Como siempre que bajaba a aquel lugar, cada vez que podía hacerlo sola y cuando nadie la veía, acarició el capó del coche y casi ronroneó mientras se dirigía hacia la puerta del acompañante… como le gustaría conducirlo pero ahora no era el momento ni el lugar. Una vez dentro se sintió como si estuviera en un caza espacial, era todo lujo y tecnología, cromado y en cuero.

Recomponiéndose e intentando no babear, más que nada por no estropear la hermosa tapicería, se colocó el cinturón al tiempo que William entraba por el otro lado con media sonrisa en los labios y las llaves en la mano. Dejó la tarjeta en el hueco de delante de la palanca de cambios y pulsó el botón de encendido al tiempo que se colocaba el cinturón de seguridad, al instante ronroneó como un gatito y frotó las piernas entre sí por la repentina excitación que la embargaba, con la vibración del coche bajo su trasero… o dios, adoraba ese coche, quería ese coche, se dejaría hacer un hijo de ese coche. Todo esto se refirmó cuando William pisó el acelerador para ponerlo en marcha y a ella se le secó la boca y curvó sus dedos sobre sus muslos, tendría que dejar de montar en aquel sitio o la tendría que dejar conducirlo porque no aguantaría esa tensión dos veces… incluso olía de maravilla, como recién salido de fábrica.

- Adoro este coche- comentó él mientras salía a la calle y se colocaba las gafas de sol.
- Yo también- dijo ella mientras acariciaba el salpicadero.

- ¿Te gustan los coches?- preguntó sorprendido mientras la miraba alzando una ceja.

- Hay cosas de mí que no puede saber por internet señor Townsend- respondió mientras le miraba devolviéndole el gesto- Además trabajo en una empresa de coches de lujo.

- Eso me gusta, pero… ¿Cómo sabes mi apellido? Y pensaba que trabajabas de recepcionista o algo así- sonrió haciendo que le temblaran las rodillas, ese tipo de sonrisas deberían ser consideradas armas de destrucción masiva, no podían ser legales.

- Em… yo también puedo ser buena investigando y si te gusta tanto me tendrías que dejar conducirlo- sonrió esperanzada… Además suponer es una mala costumbre.

- Ya veremos- respondió este mientras se centraba en la carretera, aunque no paraba de darle vueltas a la idea de que ella conociera su apellido.

Amanda se cruzó de brazos porque sabía que eso significaba que en un noventa y cinco por ciento no la iba a dejar acercarse al volante, todos las subestimaban por ser una mujer… no le gustaba eso. Enfurruñada miró por la ventana sin ver realmente mientras se acercaban a su destino. El coche paró en un semáforo, haciendo que casi todos los transeúntes y demás conductores se volvieran para mirar el coche.

- ¿No vas a preguntarme dónde vamos?- William sentía el pesado silencio como una losa sobre él, estaba enfadada porque no le había dicho que le dejaría conducir su auto pero es que ese era su bebé y nadie podía tocarlo a parte de él.

- ¿De qué serviría? Simplemente vamos a ir de todas las maneras- se encogió de hombros y siguió mirando por la ventana lo que hizo que su acompañante frunciera el ceño.

- Mírame cuando hablas conmigo Amanda, no te comportes como una niña- alargó su mano derecha y le agarró el brazo y tirando un poco de él.

Ella se volvió a mirarle y el cuerpo se acercó hacia el asiento del conductor ya que William había tirado con un poco más de fuerza de la necesaria. William se había inclinado hacia ella por lo que chocó contra su pecho y al alzar la cabeza sorprendida sus labios quedaron a apenas unos centímetros. Sus respiraciones se mezclaron entrando en el pecho contrario, sus narices se acariciaban suavemente, sus labios entreabiertos por la sorpresa quedaban tan cerca que con el simple hecho de que él inclinara la cabeza se juntarían en un acalorado beso.

Las pupilas de ella se dilataron lentamente y los ojos verdes de él fueron oscureciéndose haciéndose cada vez más y más profundos a medida que el olor de Amanda se le mentía debajo de la piel. Alzó una de sus manos y acarició una de sus mejillas llevando un mechón de pelo detrás de la oreja de esta y rozando su nariz contra la de ella. Con este pequeño gesto consiguió que el corazón de esta se saltara un latido y le temblaran las rodillas, estaba claro que él tenía mucha más experiencia y estaba dispuesto a compartir su saber con ella… cuando empezaron a sonar los cláxones de los demás coches, ya que el semáforo se había puesto en verde, se quedaron paralizados un par de segundos y se apartaron de golpe volviendo a su postura inicial, él miró al frente fijamente y puso de nuevo en marcha el coche. Un nerviosismo y acaloramiento se podía palpar en el ambiente, ella se acarició los muslos repetidas veces para quitar el sudor que había aparecido en sus manos y se concentró en mirar por la ventana mientras deseaba que ese coche no oliera como él ya que no permitía que sus nervios se relajaran, se le habían puesto de punta con todo eso.

William había estado a punto de cagarla, estrepitosamente además, la primera y casi única regla del club era: “No te liarás con las clientas” y casi había sucumbido a la tentación. En su defensa cabía decir que el cambio que había sufrido ella con tan solo quitarse las gafas había sido espectacular, tenía unos ojos preciosos y una cara de proporciones perfectas… y luego estaba ese olor dulce y suave que se destilaba de su cuerpo. Sabía que cada mujer tenía uno, su cuerpo lo producía y los hombres se volvían locos por él, pero normalmente estaba disimulado tras perfumes, colonias, esencias de cremas… cosas que Amanda no utilizaba. Su cuerpo olía a ella, a mujer, a dulzura, a noches de pasión y risas. Solo de pensar en esto tuvo que morderse el labio inferior, le enfadaba saber que todo eso ya le pertenecía a otro hombre.

Se regañó a sí mismo mentalmente mientras fruncía el ceño, no, no podía pensar así de ella, además él era un hombre que no estaba hecho para la monogamia, seguramente era la abstinencia. Se convenció a sí mismo de que era así y de que nada más llegar a casa llamaría a una de sus amigas más que dispuestas a deshacerse de su pequeño problema. Estaba seguro de que esta era la solución así que para cuando llegaron a la tienda de lujo y aparcaron en el parquing privado subterráneo ya tenía una sonrisa en los labios.

- ¿Dónde estamos?- preguntó Amanda mientras bajaba del coche y le miraba.

- En una tienda de ropa, vamos a comprarte algunos conjuntos, no muchos, para mejorar un poco tu armario- caminó hacia el ascensor con ella pisándole los talones- tienes algunos vestidos y chaquetas que están bien por lo que he podido ver, vas a dejar de utilizar ropa tan holgada.

- Sabes mucho de moda para ser un hombre ¿no?- preguntó mientras entraba en el pequeño cubículo de metal.

- ¿Quién mejor que nosotros para saber qué le queda bien a una mujer y qué no?- respondió mientras la miraba fijamente hasta que se sonrojó.

- En eso supongo que tienes razón.

En cuanto se abrieron de nuevo las puertas se dio cuenta de que en esa tienda hasta el aire que se respiraba tenía que ser caro, le daba miedo poner un solo pie en ella, su cuenta corriente estaba llorando solo de pensar que su dueña pudiera pensar en gastar algo de dinero así y por algo me refiero a todo lo que tenía por solo una de las prendas. Su trabajo no estaba mal pagado, todo lo contrario pero su padre estaba enfermo desde hacía medio año y aunque el apenas se había preocupado por ella no podía abandonarlo. William le colocó una mano en la parte baja de la espalda y cuando la dependienta se acercó sacó una tarjeta del bolsillo interior de su traje y se la entregó… vale, ella no iba a pagar. La mujer se alejó dejándolos solos en montones de ropa y ella no sabía por dónde empezar.

- Tu tono de piel es perfecto para casi cualquier color pero no quiero nada demasiado claro, a no ser que sea blanco, tienes que hacerla destacar - comentó William mientras buscaba entre las perchas.

- Nunca he sido buena para elegir la ropa- confesó mientras miraba lo que él elegía balanceándose sobre sus pies.

- Ya me he dado cuenta- sacó un vestido palabra de honor color azul oscuro con botones al estilo marinero pero sin ser demasiado atrevido y se lo entregó- pruébate esto.

- ¡Si capitán mi capitán!- se cuadró como en el ejército haciéndole sonreír y se marchó.
Resultó que ir de compras con él era bastante divertido, bromeaban sobre las prendas horteras y feas, la hacía probarse conjuntos de ropa, le enseñaba qué es lo que le quedaba bien y lo que no y ambos reían mientras iban de un lado a otro de la tienda. La dependienta tan solo recogía los conjuntos que él consideraba suficientemente buenos y los llevaba a la caja donde añadía a la cuenta, doblaba cuidadosamente y los metía en glamurosas cajas… lo más surrealista de todo es que, por primera vez en mucho tiempo, quizás desde que Teo se marchó a la marina, se sintió hermosa de verdad. No es que la ropa la hiciera ser diferente, era la forma en la que él se fijaba en ella y solo en ella mientras estaban allí. Mujeres hermosas habían pululado a su alrededor mientras estaban eligiendo y él no apartó sus ojos de ella en ninguna ocasión, centrándose tan solo en hacerla sentirse el centro de atención.

Todo tiene un límite y al llegar el momento en que ya probarse ropa empezaba a ser una pesadez y él se cansaba de elegir más complementos pagaron y se marcharon hacia una planta inferior donde había una acogedora cafetería. El olor a café recién hecho, frutas y especias hacía que tuviera ganas de respirar profundo y cuando tomaron asiento ambos lo hicieron al mismo tiempo. Se sonrieron mutuamente esperando a que un camarero se acercara a tomar su nota.

- ¿Qué van a tomar?- preguntó este alzando una pequeña libreta de tapas negras.

- Yo quiero un Cappuccino con mucha espuma y un trozo de Selva Negra- señaló el dulce en la carta y sonrió al camarero que tuvo que parpadear un par de veces antes de poder centrarse y volverse hacia William para tomar el pedido de este.

- Yo quiero un Café americano y una San Marcos- pidió mientras lo fulminaba con la mirada por su comportamiento.

El chico pareció ignorarle porque volvió a sonreír a ella antes de marcharse, el nuevo vestido que ahora llevaba quedaba justo por sus rodillas y se abría de forma suave a su alrededor ajustándose bajo sus pechos con una cinta que se ataba a su espalda, las mangas largas y la tela abrigada permitían que pudiera estar sin el abrigo en el interior. Era de un suave color coral que resaltaba lo blanco de su piel y lo oscuro de su pelo en un delicioso contraste. Lo que más le gustaba sin embargo era la evidente sencillez de ella, ahora no sabía el poder que tendría sobre los hombres acostumbrada a considerarse poco atractiva y eso podría ser un problema.

Cundo el pedido estuvo sobre la mesa la vio comer de su tarta de chocolate y frutas del bosque como si estuviera degustando el mismo cielo y tuvo que taparse la boca con una de sus manos para esconder la sonrisa de satisfacción que se había formado en sus labios. Nunca comprarle ropa a una mujer había sido tan satisfactorio y lo más raro de todo es que no quería desnudarla como a todas las demás.

Amanda se sentía como si estuviera en el Edén, de repente todos se habían vuelto muy amables con ella y además comía un dulce que haría llorar al mismo señor oscuro… era delicioso, la acidez de las frutas naturales combinadas con el dulzor del Chocolate se fundían sobre su paladar. Casi se sonrojó cuando se dio cuenta de que William la miraba fijamente mientras daba un sorbo al café negro que había pedido, jamás entendería a la gente que era capaz de tomar aquello sin leche o azúcar.

- ¿Qué?- preguntó mientras se lamía los labios para quitarse los restos de chocolate.

- Nada… solo tenía curiosidad sobre esas supuestas cosas que no puedo saber de ti a través de internet- comentó tomando un poco de su dulce y llevándoselo a los labios.

- Pregunta- respondió ella sorbiendo un poco de su taza y luego limpiando sus labios de la deliciosa espuma de leche que había en la superficie.

- ¿Cuánto sabes de coches?

- ¿Cuánto sabes tú de mujeres?- respondió al instante y al ver como levantaba la ceja sonrió- pues más o menos en el mismo nivel.

- Bien… ahora dime algo que casi nadie sepa de los que te conocen- sonrió encantado con ese juego.

- Guerras soy de las galaxias fan- respondió con su mejor voz de Yoda.

- ¡No puede ser!- rio mientras casi se atragantaba con su bebida.

- Te toca- le señaló con su cuchara mientras fruncía un poco la nariz de forma graciosa.

- ¿Sabes lo que es el LOL?- preguntó mientras dejaba salir una lenta sonrisa.

- ¡NOOOO!- dijo sorprendida mientras abría ampliamente los ojos.

- Si- se carcajeó- pero si esto sale de aquí juro que me vengaré de modos que no imaginas- alzó una ceja.

- Tranquilo, tu secreto está a salvo conmigo- aseguró haciendo una cruz sobre su corazón pero sin dejar de soltar pequeñas risitas.

Pasaron cerca de dos horas hablando sobre sus distintos hobbies ocultos y rieron mientras eran mirados de forma extraña por los demás clientes de la cafetería, a un tipo tan trajeado y guapo no le pegaba reír como un niño pequeño y a ella se la veía demasiado sofisticada para hacer la cantidad de muecas que hacía mientras contaba historias destartaladas. Al final había reído tanto que les dolía el estómago y cuando volvieron a montarse en el lujoso coche, tras, con bastante esfuerzo, conseguir meter todas las compras en el minúsculo maletero del deportivo, se encontraban entre cansados y satisfechos. Por una parte ella había descubierto que incluso el más hermoso de los hombres tenía su lado raro que pocos podrían imaginar y por parte de él había descubierto que le gustaban las mujeres que veían las guerras de las galaxias y podían reparar su coche cuando se quedaran tirados en algún momento.

El viaje de vuelta lo hicieron en un silencio agradable mientras dejaban que el piano de Yurima inundara el espacio, al aparcar no le resultó un viaje tan largo y cuando bajó se dio cuenta de que el resto de los chicos había vuelto. Sonrió mientras se alisaba nerviosa la falda con las manos y miraba a William antes de salir corriendo y subir para verles. Estaban discutiendo entre ellos, como casi siempre, los gemelos eran un foco de problemas constantes y Marcus era el encargado de ocuparse de resolverlos la mayoría de las veces.

- ¡Ese tipo no se separa del móvil ni cuándo va al baño! ¡Está haciendo de vientre y lo está mirando, ni cuando duerme podemos quitárselo ya que lo mete debajo de la almohada! Me está jodiendo mucho esta situación- gruñía Carlos mientras se tiraba de mala manera sobre una butaca.

- ¿Qué pasa?- preguntó ella que hasta el momento había pasado desapercibida.

- Hablábamos de…- comenzó a decir Marcus mientras se volvía a mirarla y paraba en seco silbando- Jesús… lo que hace la ropa- comentó mientras la miraba de arriba abajo- estás preciosa.

- Estás cañón- sentenció Carlos mientras sonreía.

- Sí señor, te comería enterita- aseguró Antonio mientras se llevaba los dedos a los labios para poder silbar como en los dibujos animados.

Amanda sonrió sonrojada mientras era alabada por los chicos, pero al instante le quitó importancia: Marcus era demasiado caballeroso como para decir otra cosa y los gemelos… bueno, los gemelos creía que todo lo que tenía falda y dos piernas era bonito y susceptible de ser llevado a su cama. William pasó a su lado con el ceño fruncido y se dejó caer sobre el sillón de ejecutivo que había detrás del escritorio con mala cara… no lo entendía, si hasta hace un momento había estado bastante alegre.

- ¿Qué pasa?- preguntó de malos modos.

- Necesitamos el teléfono de su novio- Antonio señaló a Amanda- pero no se despega de él para nada.

- Entonces habrá que llamar a la artillería pesada- concluyó este mientras sacaba su móvil.

- ¿Qué es la artillería pesada?-preguntó curiosa pero justo la alarma de su móvil sonó y lo sacó mirando la hora- ¡llego tarde! Mañana me lo contareis, hasta luego- se despidió mientras corría hacia la puerta.

- Mandaré la ropa a tu casa- le informó William.

- Ponte un abrigo- aconsejó Marcus.

- ¡Ponte lencería sugerente!- gritó Antonio para que le escuchara.

- Desnúdate en el pasillo para que te veamos- pidió Carlos.

Justo cuando terminó de gritar esta frase un cojín de tela beige se estrelló contra la cara del culpable que se volvió sorprendido hacia su amigo y jefe que lo mandó a trabajar, pero con la cara de pocos amigos que tenía era mejor no discutir así que los gemelos se marcharon para seguir trabajando en sus tareas. Marcus miró a William alzando una de sus cejas y tomó una carpeta negra que había dejado sobre el escritorio al tiempo que se alejaba un paso.

- Te recuerdo que fuiste tú el que puso esa única regla- comentó.

- Lo sé…

- Estás jodido.

- Lo sé…

- Esto es muy divertido- rio mientras se iba a la parte trasera a trabajar.

- Algún día mataré a estos tres idiotas- murmuró mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás sobre el respaldo de su butaca y supo que había algo que estaba más que claro: Estaba jodida y completamente acabado si no era capaz de empezar a controlarse un poco.

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